“Una incapacidad para caminar es una deficiencia, mientras que una incapacidad para entrar en un edificio debido a que la entrada consiste en una serie de escalones es una discapacidad.”
Jenny Morris
Las personas, con discapacidad o sin ella, necesitábamos una ley que nos protegiese, donde se reconociese ese derecho subjetivo al que hace referencia la Ley de promoción de la autonomía personal y la atención a las personas en situación de dependencia (LAAD), ya que probablemente, al hacernos mayores, nos convertiremos todos en personas en situación de dependencia, si es que por azares del destino no nos ha ocurrido antes.
Pero la discapacidad no debe plantearse con un enfoque negativo, vinculado a la desgracia, sino que las personas, todas, puedan desarrollarse y aportar a la sociedad muchas cosas si disponen de las oportunidades necesarias para demostrar las capacidades, utilizando la resiliencia, para superar las situaciones difíciles que nos pueda plantear la vida y encontrarle salidas en positivo.
Pensemos que la discapacidad está muy cerca en nuestra existencia, y que cualquier circunstancia imprevista puede cambiarnos la vida. Las personas con discapacidad demuestran día a día una práctica de tolerancia envidiable para con la sociedad donde vivimos, tan ajena, tan de espaldas a los problemas de estas personas, sin darse cuenta que algún día pueden ser nuestros propios problemas.
En algún momento de nuestra vida, aunque fuera por un día, deberíamos andar en silla de ruedas, o movernos sin vista, o taparnos los oídos, y comprobar la cantidad de barreras que existen a nuestro alrededor, y nos daríamos cuenta de que muchas de esas limitaciones son sociales, y son las que producen, en gran medida, la conciencia de la discapacidad.
Pensar en la doble moral: la de sentir compasión por las personas con discapacidad y al mismo tiempo mantener cierta distancia, incluso convirtiéndose en personas invisibles.
Es extraño pensar que, por un lado se legisla para su inclusión en la sociedad de un modo «normalizado» pero, como por otro, no tienen capacidad de decisión de su propia situación en la sociedad en la que viven.
La LAAD puso de manifiesto la necesidad de cambio, pero nos encontramos de frente con una gran crisis económica que truncó las grandes expectativas que teníamos puestas en ella.
La realidad en la que nos encontramos, es que el bienestar, la autonomía de las personas en situación de discapacidad, están a merced del gobierno de cada momento, y de la cantidad que éste otorgue al capítulo presupuestario correspondiente.
Además probablemente las políticas que adoptan medidas sobre la discapacidad deberían apuntar también hacia la sociedad y no solo individualmente hacia la persona afectada.
Las personas con discapacidad deben ser aceptadas tal cual son, y el objetivo debe ser rescatar las capacidades en vez de acentuar las discapacidades.
La independencia de una persona, discapacitada o no, debería ser medida no en relación con cuantas tareas pueden ser realizadas sin asistencia, sino con la calidad de vida que se podría lograr con asistencia.
Julia Marciel