En los últimos meses hemos vivido una situación sin precedentes: un confinamiento global impuesto en el hogar debido al brote del COVID-19. La mayoría de nosotros hemos estado expuestos a situaciones estresantes sin precedentes y de una duración desconocida.
Sin duda, esta experiencia ha sido devastadora para los que han vivido la enfermedad en primera persona, o a través de familiares cercanos que pueden no haberla superado. También lo ha sido para los profesionales sanitarios y para todos aquellos trabajadores de empleos de primera necesidad que han arriesgado su salud para mantener los servicios mínimos.
Sin embargo, poco hemos prestado atención, a todas las personas que han sobrevivido a base de encerrarse a cal y canto en sus casas. A todos esas personas médica y demográficamente vulnerables, que acaparan varios factores de riesgo y que tienen verdaderas razones para temer al COVID-19. Han sobrevivido, pero poco se habla de las secuelas de haber pasado los últimos 4 meses completamente aislados. El confinamiento puede no solo aumentar los niveles de estrés, y desencadenar ansiedad y depresión, sino también interrumpir el ciclo de sueño provocando problemas de insomnio que a su vez deriven en un funcionamiento emocional alterado.
De por sí las personas que están en aislamiento social, con movilidad restringida y pobre contacto con los demás son vulnerables a presentar complicaciones psiquiátricas que van desde síntomas aislados hasta el desarrollo de un trastorno depresivo, o de ansiedad. Si a esto le sumamos una pandemia, es importante tener en consideración la pérdida de funcionamiento que puede acompañar a la enfermedad adquirida, y esto a su vez representarse en desmoralización y desamparo, llegando a alcanzar un estado de duelo (Huremovic, 2019).
Si prestamos atención de entre estas personas a aquellas que ya presentaban un perfil cognitivo alterado por una lesión cerebral o demencia, nos encontramos con un aislamiento que ha provocado en el mejor de los casos un retroceso de los aprendizajes adquiridos hasta el inicio de la pandemia; en el peor, un avance irreversible del deterioro cognitivo que ya amenazaba antes de la crisis. Es por ello que pese a la necesidad de protegerse del COVID-19 hay que tener cuidado con las consecuencias de tanta protección. Sobrevivir, pero ¿a qué precio?
Bibliografía
Huremovic, D. (2019). Psychiatry of pandemics : a mental health response to infection outbreak.
Grado en Psicología. Universidad Autónoma de Madrid.
Máster en Evaluación y Rehabilitación Neuropsicológicas. Universidad Camilo José Cela.